El sol entraba en mi ojo por un haz filoso,
la niebla era yo,
mi cuerpo era un recuerdo.
De repente tu mano
disparó cinco látigos
en mi mejilla.
Me tomaste de unos pelos delgados,
me levanté
y todo estaba allí,
en su mismísimo lugar.
Tus ojos no brillaban,
sostenían pestañas.
No eras tímida;
me querías sin labios
y sin manos.
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