Pasaría la noche escribiendo,
moviendo mis dedos
hasta que la vida entera
pase por mis manos,
y la desesperación,
este infierno tibio,
se apague,
y salga el sol
y oiga el sonido
que ahora seca mis venas.
Y sigo
para no morir,
para no ahogarme.
Sé que me ahorca.
Me está ahorcando.
Siento sus dedos alrededor de mi cuello.
Busco el aire en un cable, en un tubo de luz,
y la luz no tiene aire
pero se lo robo.
No.
No quiero morir.
Porque si paso esta noche
mañana lloraré
el destino furioso
que me azota
con nudos en el pecho y cadenas en los pies.
Y aún me veo viva, aún te escucho,
aún te recuerdo, me recuerdo.
Escribo para no olvidar,
para expulsarme
y mancho papeles con seres que desconozco,
y tiemblo.
Sigo viva.
No quiero detenerme jamás a callar.
Hablo tan en silencio,
me canso tanto de mí.
Si pudiera despegar de este infierno que me eligió,
volar en sueños blancos,
hundirme en tu mente prohibida y lejana,
para dejar que revuelvas mis entrañas
y hagas de ellas
un alma.