Cosas incomprendidas. Por esas épocas de principio de milenio por Plaza Italia, andaba con un flaco punk moderado. Era peluquero. Me contaba que a sus clientas les decía que era puto y que así lo querían más. También que entre sus compañeros se hablaban con el pronombre ella. Y no eran todos homosexuales. Pero a él le gustaba ese juego. La manicura le hacía las uñas con brillo para protegerlas de los pigmentos fuertes de las tinturas, así que tenía sus uñas brillantes y prolijas. Su momento preferido era cuando salía ya cambiado de ropa con sus remeras de The Addicts y su campera de jean con parches.
El día que paso a contarles nos encontramos. Siempre nos veíamos de noche. Me contó que esa tarde le había dicho a una clienta que tenía una cita con un chino. El chino era yo, digamos. En fin, todavía se podía comprar cerveza en los kioscos y esa noche, como siempre, compramos una Palermo y la tomamos caminando.
Ya la habíamos terminado y el efecto se notaba. Él se había quedado sin cigarrillos y empezamos a buscar un kiosco. Yo zigzagueaba un poco y a él se le mezclaban las palabras. En una esquina, o cerca, se presentó ante nosotrxs un poste con un montículo de chatarra. Ah, qué belleza de vista cuando descubrí entre todo, una cámara grande de seguridad de esas que se colgaban antes en las entradas, una handycam. No pude ni quise resistirme y la agarré. Me la calcé en el hombro y caminamos, filmando una película imaginaria. Pesaba pero era hermosa, un orgullo llevarla como camarógrafa corresponsal.
Llegamos a un kiosco, de esos con ventanita corrediza de aluminio y yo seguía filmando mi documental. Nos acercamos y él pidió cigarrillos. La señora del otro lado me vio y dijo "no! no!". Ahí caí en cuenta de que iba con una cámara que no debía estar en mi hombro y que cualquier persona que me viera pensaría que la habíamos arrancado y robado. Confieso que por unos segundos disfruté la sensación de dar miedo, pero enseguida reaccioné y dije algún argumento borracho, es decir, la verdad. Que la habíamos encontrado y que me había parecido divertido. Por supuesto, no la convenció. Le dio los cigarrillos, nos dijo "váyanse" y cerro fuerte la ventana.
Él entendió a la señora y me pidió que bajara la cámara. Mi performance incomprendida. O quizás no. Pero me entristeció. Dejé la cámara y mi alegría una cuadra después.